El pasado 1 de abril de 2023, el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, expidió el decreto y la reglamentación para el porte de armas en el país. Ante la mirada atónita de buena parte de la población y de la comunidad internacional, Lasso argumentó que era la solución ante los altos índices de inseguridad y la cada vez mayor presencia de redes de delincuencia organizada en el país. Lo dijo así, sin ninguna duda, a pesar de que todas las investigaciones hechas particularmente en Estados Unidos demuestran que el porte legal de armas no solo no disminuye los índices de inseguridad y delincuencia, sino que aumenta los niveles y posibilidades de violencia tanto en los espacios familiares y comunitarios, como en los espacios públicos y, ni qué decir, en los espacios escolares.
El país ha vivido a lo largo del año 2022 y en lo que va del año 2023, los más altos índices de homicidios intencionales y crímenes jamás conocidos en su historia. De hecho, subieron un 83% en el 2022, en relación con el 2021 y, de seguir la tendencia, el país continuará ubicado, por primera vez, como uno de los más violentos de América.
¿A qué se debe esta inédita situación? Analistas y expertos la vinculan, además de la precarización creciente de condiciones económicas y sociales, el aumento del desempleo y las pocas oportunidades de trabajo digno especialmente para la población joven del país: a un impacto, no deseado por supuesto, del proceso de paz en Colombia. Explico: el control de las rutas y territorios del narcotráfico y el cuidado de la frontera con Ecuador, lo tuvieron las FARC a lo largo del tiempo. Al abandonar armas y territorio, estos últimos quedaron librados a la guerra entre los grupos delincuenciales y cruzaron la frontera. No se trata de que antes las mafias no actuasen en el país, solo de que las reglas estaban más claras y la acción, más limitada.
En ese contexto, el miedo se apodera de nuestras almas, nuestras mentes y nuestros cuerpos. Nos quedamos encerrados en nuestras paredes (sean cuales fueren), desconfiamos de toda persona que pasa por nuestro lado (especialmente si es de otro color de piel o de otra nacionalidad) y comenzamos a pedir protección del Estado y sus fuerzas de seguridad, a toda costa. Carta blanca a policía y ejército para que nos defiendan de toda persona que cause la más mínima sospecha (incluso sin comprobar ningún acto fuera de la ley), que nos pidan documentación en cualquier esquina, que nos paren para requisar el baúl del carro (cuando lo tenemos) y así sucesivamente.
Tengo clarísimo que estamos enfrentando como región una problemática de dimensiones enormes y de gran complejidad. Tengo claro que corresponde, como región, que nuestros Estados y sus gobernantes se tomen en serio la cuestión de las redes internacionales de crimen organizado y actúen en consecuencia, regionalmente. También tengo claro que a mayor pobreza y menos oportunidad, mejor terreno para ofertas de “dinero fácil” y más expedito el reclutamiento de nuestros jóvenes para esas redes, como última cadena del eslabón y carne de cañón. Así es que, políticas regionales y nacionales son indispensables y por supuesto, la acción de policía y ejército, una vez que se configuren como instituciones no comprometidas con ningún delito, claro está.
Por eso, y mientras exigimos, como ciudadanía, que todo lo anterior suceda, es necesario que hagamos algo cotidiano y concreto en nuestro barrio, comuna, vecindario o localidad. ¿Y qué creo que es necesario que hagamos? Creo que es necesario comenzar por conocer a nuestras vecinas y vecinos, reconstruir el tejido de confianza, saber quiénes somos, qué hacemos, compartir nuestras inquietudes y en ese camino, ir encontrando modo de cuidarnos entre nosotros. Estar atentos cuando el vecino deja su casa sola, advertir si observamos algún riesgo, acompañar los trayectos de niños, niñas, adolescentes y jóvenes a sus casas y sus espacios educativos, participar en los espacios educativos de nuestros hijos e hijas… y en el siguiente recodo del camino, organizarnos. No para hacer justicia por mano propia. Para cuidarnos unos a otros y tratar a los demás, como queremos ser tratados y tratadas.
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